Siempre que comienzo un libro me digo que voy a abordar un gran tema, tanto que incluso en mi cabeza lo veo en mayúsculas. En este caso era la corrupción política, ni más ni menos. Luego me aburro, también siempre, a veces tardo más páginas y a veces menos, pero descubro que lo que realmente me interesa es cómo afecta ese gran asunto a la vida real de las personas corrientes.
La corrupción se presta a tratamientos narrativos muy resultones, a ritmos hollywoodienses, a capítulos incluso cargados de glamour, como en una serie de Netflix, o a una espectacularización más propia de Ferreras dando paso al último chorizo del momento. Sin embargo, como en todo delito, en la corrupción hay victimarios, sí, pero también víctimas, que pueden quedar diluidos, pero que resulta que somos tú y yo, por ejemplo. Sus efectos, por mucho que se cuezan a fuego lento, acaban por afectarnos en
nuestra vida cotidiana: desde el precio del alquiler de un piso hasta la relación, como en el caso de los personajes de la novela, con sus padres. Así que, puesto que no tengo la suficiente imaginación como para concebir por entero una historia antes de empezar escribirla, hago de la necesidad virtud, y en el primer párrafo lanzo ya el conflicto nuclear de la novela, en este caso un mensaje por Facebook a través del cual Irene encuentra a su hermano tras 16 años de ausencia de este. Me obligo de ese modo a tirar del hilo y desarrollar las causas de ese conflicto y los personajes involucrados en el mensaje, con la única idea de que ahora la corrupción solo figurará como telón de fondo. Lo importante debe ser, justamente, el tono sutil, ese tono pegado a la carne de cada personaje, como me gusta imaginarlo.

Es, sin duda, lo que más me cuesta. Sencillamente: escribo cada capítulo de corrido, y cuando lo he terminado, abro otro archivo y comienzo de nuevo. Es como si la primera versión me hubiera servido para conocer a los personajes y sus peripecias, y ahora, en vez de narrarlas, casi puedo dejar que fluyan solas.

Santi Fernádez Patón, autor de Todo queda en casa.