Hijo de un marroquí y una manchega que se encontraron en los años setenta en Ibiza, donde nació, Ismael Ahamdanech estaba ya a los dos meses en Alcalá de Henares, donde se crio. Ha vivido en Luxemburgo y ahora en Madrid, aunque como consultor de organismos internacionales (es Doctor en Economía) la mayor parte del tiempo se encuentra desarrollando su actividad en distintos países de África, Asia o Latinoamérica. «Mis viajes por África y por otros lugares del planeta no han hecho sino reafirmar las ideas que ya tenía —comenta al respecto—, la necesidad de contar la historia de los que lo pasan mal, que son muchos. Ponerle voz a aquellos que no la tienen».
En su más reciente novela, Los últimos hijos de Príamo, obra ganadora del certamen Martín Fierro de denuncia social, Ahamdanech retrata, con la fidelidad de quien pasó allí su infancia, un barrio de trabajadores inmigrantes que dedicaron toda su vida laboral a la fábrica. Eran los años sesenta y setenta, en los que Eusebio y tantos otros vivían para una u otra maquinaria. La novela refleja el paso del tiempo sobre esas mismas fábricas ya cerradas, sin actividad desde los años ochenta y noventa en España. Una detrás de otra, maquinarias paradas y oxidadas desde un extremo al otro del país. Y con ellas, la soledad e incomunicación de quienes, como Eusebio, ya no tienen nada que la sociedad considere útil.

Eusebio es un hombre mayor que, al inicio de la novela, está subiéndose a un alféizar para lanzarse al vacío desde su piso. Poco antes de su presunto suicidio, tal vez, recuerde la carta que ha dejado a su hija Lola, quien se verá obligada a llevar su propia investigación para conocer la verdadera causa de la tragedia. Como lector, descubrirás junto al personaje de Lola hasta qué punto la vida de su padre le era desconocida, especialmente, en los últimos tiempos de carencias. Afrontarás su miedo a la pobreza y marginación al adentrarse en un mundo sorprendente por la solidaridad entre quienes comparten esa marginación. Una noticia del suicidio de un padre de familia motivado por un desahucio es el origen de esta novela de Ahamdanech, que concibe la escritura como un instrumento de denuncia necesario para despertar sensibilidades. Y sus personajes —«Uno bien construido explica mejor la realidad que mil estadísticas»— son quienes conducen una trama trepidante en torno a la trata de mujeres para la explotación sexual.
Novela de personajes, la ciudad marginal es uno más en Los últimos hijos de Príamo. La localización ha atrapado a sus vecinos en un laberinto sin salida habitado por la necesidad. Solo la ayuda de los otros, de los iguales, podrá dar a Eusebio un cabo al que asirse para luchar por su último e insólito amor, una mujer que ha escapado de la mafia que la prostituyó. Es Aixa, quien escapa sin cesar del recuerdo de aquellos que comerciaron con ella desde antes de salir de África.

Ahamdanech se adentra en la psicología de dos mujeres distintas y distantes que tienen que afrontar su miedo en soledad. Con cobardía, Lola, una triunfadora que llena todas sus horas con el trabajo para no ver su necesidad de afecto y con valentía, Aixa, que ha conseguido escapar de la red de extorsión pero no del miedo. Y es en ese mundo de desconocidos, en el que acaba por confiar Lola, donde aparecerá Héctor, un héroe anónimo al que el lector reconocerá por su nombre y por el guiño que encuentra en el título de la novela. Precisamente, Ahamdanech describe Los últimos hijos de Príamo como la novela de un nuevo Héctor: «un personaje que, sin provocar nada ni ser culpable de nada, acepta su destino a pesar de que sabe que va a morir. Es decir, un inocente valiente que asume su destino sin dudarlo».
Para terminar, una reflexión de Ismael Ahamdanech acerca de por qué es necesaria la literatura de denuncia: «Una buena novela matiza las cosas, nos ayuda a entender que la realidad no está hecha con blancos y negros, sino con una escala de grises en los que las certezas absolutas son casi imposibles. Y además acompaña, algo que en los tiempos que corren no es algo desdeñable».
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